15 octubre 2007
Esa noche caminaba a Confluencia apurada, todavía con el alma fresca por la jornada anterior. Analiza que te analiza, con la cabeza a mil revoluciones por minuto y las piernas con vida propia. Los ojos hinchados y el corazón mellado. Poco registro del entorno.
Un hombre de pronto se adelantó a mi caminata y siguió delante mío al menos unas cuatro cuadras, era atractivo y joven pude ver. Mas o menos de mi estatura, se dió vuelta un par de veces y me miró. Seguí caminando, como si nada. Luego de la cuarta cuadra y unas dos volteadas de cabeza más empecé a preocuparme y aceleré el tranco. Pude adelantarlo, pero justo cuando estaba a su lado se acercó y me habló. No sé qué piropo dijo ¿o grosería?
Me asusté y pegué una carrera. De repente por la calle pasó quien podría salvarme, en su fastuoso auto nuevo. Justo había semáforo en rojo unas cuadras después así que aceleré, hasta que hubo luz verde y no podía hacer ya nada más. El auto avanzó y el chofer no se dió por aludido.
Miré hacia atrás agitada, me había alejado al menos tres cuadras del tipo del "improperio", así que estaba a salvo porque no se veía.
La niñita asustadiza llegó a su destino, aún le temblaban las piernas. Quien le abrió la puerta fue un bello y guapo príncipe, de barba canosa, alto pero algo encorvado y muy delgado, la recibió con un beso en la mejilla. Desconocía que unos minutos atrás la había salvado de las fauces de un monstruo.
Besos a todos!
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