Si alguien me cruza por el centro sonriéndole a la nada o por echarme sobre un banco toda despatarrada con varias bolsas de compras al lado, tiene dos opciones: saludarme o no. Porque seguro no estaré en este planeta, seguramente en ese momento ando tratando de evadirme. Reciclando mi alma.
Así me encontró ella esa noche, en frente de la Catedral, hace muy poco, un fin de semana atrás. Se me acercó con un folleto y con la idea de hacerme llenar un formulario sobre una lista de 10 deseos para mi vida. La bufanda le daba como tres vueltas al cuello. Hacía frío esa noche y con su abordaje, logró sacarme del limbo donde me estaba metiendo.
Bonita, dulce, jovencísima. Educada. No me dijo mucho sobre ella pero pude descubrir que era de la Iglesia Bautista, y no pregunté mucho más pero casi que intuí que se casaría pronto. Se llamaba Jose. Yo también me presenté. Me abordó mostrando esa exquisita soberbia intelectual de la juventud.
Yo fui un poco soberbia también, a sus persuasivas frases respondí varias veces con el mismo "si, yo fui al AMEN también", e "iba a la iglesia".
A la segunda vez que ella osó decirme "entonces no tengo que decirte nada porque vos conocés al señor" yo contesté, "lo conozco, y vivo con él. Pero no voy a la iglesia, porque la iglesia no cuadra con la forma de vida que llevo, y estoy feliz con mi vida".
Se rascó la cabeza y embistió con un "y Cristo, ¿qué opina de tu vida?" a lo que respondí, "no tengo ni la más pálida idea". "Bueno" dijo, "Guacolda, te deseo lo mejor, yo voy a seguir con esto" y batió los formularios. Se despidió con un beso en mi mejilla, cálido. A unos metros, había una parejita besándose en otro banco, para allá fue ella, obstinada, decidida.
Así me encontró ella esa noche, en frente de la Catedral, hace muy poco, un fin de semana atrás. Se me acercó con un folleto y con la idea de hacerme llenar un formulario sobre una lista de 10 deseos para mi vida. La bufanda le daba como tres vueltas al cuello. Hacía frío esa noche y con su abordaje, logró sacarme del limbo donde me estaba metiendo.
Bonita, dulce, jovencísima. Educada. No me dijo mucho sobre ella pero pude descubrir que era de la Iglesia Bautista, y no pregunté mucho más pero casi que intuí que se casaría pronto. Se llamaba Jose. Yo también me presenté. Me abordó mostrando esa exquisita soberbia intelectual de la juventud.
Yo fui un poco soberbia también, a sus persuasivas frases respondí varias veces con el mismo "si, yo fui al AMEN también", e "iba a la iglesia".
A la segunda vez que ella osó decirme "entonces no tengo que decirte nada porque vos conocés al señor" yo contesté, "lo conozco, y vivo con él. Pero no voy a la iglesia, porque la iglesia no cuadra con la forma de vida que llevo, y estoy feliz con mi vida".
Se rascó la cabeza y embistió con un "y Cristo, ¿qué opina de tu vida?" a lo que respondí, "no tengo ni la más pálida idea". "Bueno" dijo, "Guacolda, te deseo lo mejor, yo voy a seguir con esto" y batió los formularios. Se despidió con un beso en mi mejilla, cálido. A unos metros, había una parejita besándose en otro banco, para allá fue ella, obstinada, decidida.
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