Con esta entrada lo que menos quiero es hacer alarde del físico o la cara con la que nací. Busco hacer una reflexión más sobre quien soy, intentando analizar dónde estoy, o mejor dónde he decidido que la vida me ponga.
Cuando era adolescente me desarrollé antes que mis compañeras, tuve busto y caderas teniendo 11 años. Sin darme cuenta empecé a acaparar miradas lascivas de los chicos y de los adultos. Atenciones lindas e ingenuas también, no todas malintencionadas tengo que recordar eso.
El asunto es que un tío que me quería mucho y que creo que me veía más linda de lo que era (suele suceder en las familias) me instó varias veces a que me presentara para ser Reina de Neuquén o Reina de la Manzana, que son dos fiestas anuales que se celebran en la zona. Un reinado de belleza, para representar a las localidades en el resto de las fiestas del país.
Ante estos cuestionamientos una aunque niña, ingenua e inexperta, algo piensa. Alguna respuesta tenía yo en ese momento, además del NO tajante de mis padres a la posibilidad de participar. Y lo que yo pensaba era que no quería presentarme porque no era un mundo para mí ni un lugar en el que hubiese querido meterme. En absoluto. En esa época no tenía claro qué hacer, si sería profesional o no, pero tenía claro que ni modelo ni reina de belleza.
Algo que agradezco infinitamente de la educación que mis padres nos dieron es que siempre nos dijeron que la belleza no sirve de mucho. El paquete no cuenta si el contenido está podrido o es de baja calidad. Además la belleza es pasajera, dura lo que la juventud.
Mi idea es que todos somos hermosos mientras somos jóvenes. Así que lo importante es trabajar en lo que llevamos por dentro para poder estar felices con nosotros cuando la juventud (y con ella la belleza) nos dejen.
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