Las mujeres en tacos altos, aquellas que caminamos con
distinción y decoro (no en forma rústica o pisando huevos), padecemos las
veredas de la ciudad. Porque los tacos se rompen, se desuellan de a poquito
cuando se meten en las ranuras de las baldosas o se mojan y sus cueros ceden
con los charcos de agua estanca atrapadas en los minibaches del suelo.
Desanimadas y exhaustas por parecer camionetas todoterreno, subiendo y bajando, esquivando obstáculos o sucumbiendo a ellos, decidimos caminar por la calle, donde los peligros a los que nos exponemos son aún peores. Manos desacatadas de ciclistas subiendo por debajo de nuestras faldas, piropos de dudosa reputación, invitaciones desesperadas a tomar cafecitos u otros.
Dos testimonios de ciudadanas en tacos altos recogidas por
nuestra corresponsal
Desanimadas y exhaustas por parecer camionetas todoterreno, subiendo y bajando, esquivando obstáculos o sucumbiendo a ellos, decidimos caminar por la calle, donde los peligros a los que nos exponemos son aún peores. Manos desacatadas de ciclistas subiendo por debajo de nuestras faldas, piropos de dudosa reputación, invitaciones desesperadas a tomar cafecitos u otros.
Por eso, Sr. Guapetón Intendente, por medio de esta nota le solicitamos repare las
veredas de la ciudad. No someta a la población masculina a la triste realidad de vernos con
manoletinas o sandalias flat. El mundo exquisito del glamour citadino pide a
gritos unos buenos stilettos o unos tacos rectos de 15 cm.
“Me había comprado unos taquitos nuevos, divinos. De
liquidación, eran los últimos que quedaban en mi número. Así como los pusieron en la bolsa de la
tienda yo los saqué y los deslicé por mis pies. Iba a aprovechar de amoldarlos
porque esa mañana tenía que hacer unos pagos y combinaban perfectos con mi
vestidito chemisse en un look
descontracturado y casual.
Salí de la tienda aprovechando que una ráfaga de viento
patagónico me volaba el pelo cual Marilyn, no ví el desnivel a la salida de la
tienda y resbalé por la pendiente apoyada
en una sola pierna haciendo equilibrio con los brazos batiéndolos en el aire.
La mano mágica de un osado caballero me tomó por la cintura e impidió que
aterrizara con mis bolsas de compras, mis zapatos nuevos y mi decoro, todo junto. No pude, sino amarlo.”
“Era el día del padre y no había comprado nada para él
porque había llovido durante toda la jornada. Aproveché que la lluvia paró un ratito, me
enfundé unos jeans azul marino, unas botas marrones de taco ancho pero alto y
mi trench natural preferido.
Encontré una boina de cabritilla marrón muy elegante, me la
envolvieron muy bonita. Cuando salí del
local la lluvia había comenzado otra
vez. Caminando rápido por la vereda
salté unos cuatro charcos. Estos se forman porque no hay desniveles
apropiadamente construidos ni desagües que desagoten el agua que se acumula.
El quinto charco, lo salté pero el tema fue cuando llegué al
piso del otro lado, resbalé y me deslicé como un metro y medio por la vereda .
Cuando me levanté, el trench era
bicolor (marrón y natural, mitad y mitad) y el regalo había quedado debajo de
mi cadera generosa. Planito quedó.”
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