Cuando me refiero a amor, pienso en todos sus tipos. Erich Fromm describe cuatro: el fraternal, maternal, erótico y el religioso. De a poco, este blog se va llenando de historias que intentan abarcar a todos.

lunes, 28 de enero de 2013

Mamushkas

La noción que trato de describir en esta entrada es un poco compleja. Para mí de explicar, al menos. Y sé que es difícil de entender también porque lo he verbalizado en charlas con algunos amigos y no lo han logrado.
A veces siento que la persona que soy coexiste con capas y capas de mujeres del pasado, que también soy yo. No usaré la palabra ERA, porque no es la conjugación del verbo que me sirve. Sigo siendo.
Sé que no está del todo mal este pensamiento porque aparece en la literatura, en el Lobo Estepario de Hermann Hesse y en un libro de Deepak Chopra, Cuerpos sin edad, mentes sin tiempo.

¿Cuando me doy cuenta? recuerdo cómo en el pasado viví tal o cual situación afectiva  y cómo la vivo hoy. Cómo afronté un contratiempo, qué sentí, qué pensé. ¿Qué hizo esa mujer 5, 10, 15 años atrás? Pues lo que hizo en comparación lo que hace es distinto, sin dudas. Cómo pensó y sintió fué muy similar.
Es que estas capas de mujeres tienen porosidades, no son impermeables, y existe un flujo permanente que interconecta la que hoy es, de la que fué. Se modifican unas a otras, porque hoy, soy capaz de reconocer aspectos de aquellas viejas capas que antes no podía ver.
Y a final de cuentas, voy queriendo más a las viejas Guacoldas, quitándole a muchas las connotaciones negativas que en ese mismo momento me puse a mi misma.

domingo, 20 de enero de 2013

Una reflexión noctámbula

Hoy detuve el auto para mirar las vidrieras de una mueblería que está al costado de la ruta. Hice cálculos sobre cuándo podría renovar mis muebles, donde pondría aquella hermosa lámpara, o si algo de lo que ahí veía combinaba con lo que ya tengo.
Mientras miraba hacia adentro del local pude verme reflejada en el vidrio.Y pude reconocer qué hacía muchos meses que no soñaba despierta como en ese momento. Sonreí y volví al auto.

jueves, 17 de enero de 2013

Pequeña crónica de una muerte no anunciada

Los domingos por la mañana suelo ir hasta el río caminando y hago el mismo recorrido, al menos de ida. Paso en frente del Hospital Regional para ver si esa noche ocurrió el suceso. Lamentablemente muchas mañanas de domingo ocurrió. Pude comprobar.

¿La presión sobre la herida podría ayudar? no lo sabía pero lo intentó. Con ambas manos trataba de atrapar todos los fluídos que manaban por el boquete que tenía en la mitad del cuerpo, en vano, porque aunque no quisiera mirarse sentía que la humedad oscura, sin color dsitinguible bajo las luces de la madrugada era cada vez mayor. Ahora ya sentía que comenzaba a sentirse fría. Un canillita le abrió la puerta de vaivén para que pudiera pasar, no le miró a la cara porque estaba doblado sobre si mismo, mareado, sosegado.

Al menos 3 cuadras de baldosas grises exhiben el mismo triste patrón: goterones de sangre marrón o aún rojo reluciente, aún viva, aún latiendo fuera de un cuerpo que no quiso dejarla salir.

domingo, 13 de enero de 2013

Juan y Manuel

Esta entrada es el homenaje a una amistad, de las más raras que he conocido, pero a la vez, la más conmovedora. Al menos para mí.

Es un pequeño relato sobre una relación que fué intensa y alegre en la cotidianidad del pasado y nostálgica y un poco borrosa hoy, por la distancia que mantienen sus protagonistas.

Chilenos, los dos, desarraigados, los dos también. Por allá por los 70 iniciaron una amistad de idas y vueltas, de trasnoches, de borracheras y trampas interminables, de pactos tácitos. De escucharse, de buscarse, de encontrarse, de odiarse, y hasta repudiarse. De ayudarse económicamente y de refugiarse mutuamente cuando la policia de la ciudad acosaba a los chilenos sin documentación. Ambos comenzaron pequeños emprendimientos económicos que dieron frutos rápidamente. No fué raro, trabajaban como pocos.

Sus mujeres estaban en Chile esperando que la situación aquí fuera propicia para echar raíces y establecerse. Una de ellas en Villarrica, la otra en Santiago, mi madre.

La cuasi guerra entre Argentina y Chile los acercó más todavía, como si la complicidad del exilio los hiciera menos vulnerables. Como si ver juntos los ataúdes con banderas chilenas sobre las vías del tren que atraviesan la ciudad fuese menos intimidante con un compatriota, caminando codo a codo. Siempre pienso en las repercusiones que las situaciones geo políticas generan en las relaciones personales. Pareciera que los vínculos se estrechan, cobran mayor importancia si el padecimiento es similar y se afronta en compañía.

La época dorada de estos amigos los encontró por allá por las décadas de los 80 y 90. Pescando juntos, acampando con sus  mujeres y viendo sus retoños crecer. Juntándose con una constancia sacrosanta cada fin de semana a comer asaditos. Siguieron odiándose y amándose cíclicamente, pero ambos, ya eran uno, se metieron uno en los insterticios del otro, se perdonaron TODO. En las conversaciones (muchas que seguí mientras era chica) el corazón, la energía, el humor y la levedad la aportaba el tío Juan, por su lado, Manuel aportaba lo grave, el cerebro, partidas de ajedrez, ¡cuántas discusiones morales borroneadas por el efecto del alcohol tuvieron esos dos!

Juan blanqueó una familia paralela en el sur de Chile, y volvió a emigrar dejando Neuquén y a su amigo. No sé si Manuel se enojó, si sufrió de despecho. Porque no podría sacar conclusiones de cómo se sintió cuando supo que su amigo ya había hecho (y deshecho) las maletas hacía rato. Lo único que puedo decir es que lo extrañó. Porque día por medio, sumido en sus borracheras interminables (ya usé esta expresión antes) Juan estuvo con él, ayudándole a elegir un señuelo de color apropiado para sacar la mejor trucha al atardecer, remolcándole el Renault doce que se había atascado en el arenal llegando a China Muerta, levantándolo inconciente de un charco de sangre del baño de un bar de mala muerte de la Terminal. Buscando a la prostituta que lo había seguido para robarle la billetera.Visitándolo en el hospital convaleciente de una pancreatitis que casi lo mata y prometiéndole que pronto volverían a tomarse unos traguitos y volverían a sus aventuras. Juan estuvo con él, se materializó en la distancia. Yo los ví juntos.

La distancia, mantuvo latente el amor de estos amigos que no se visitaron nunca más. Por unos 15 años.

Pero un día, un chasqui imaginario llevó las novedades volando en el viento, atravesó los bosques de araucarias y llegó a Villarrica para avisarle a Juan que su amigo se desvanecía. La urgencia lo trajo volando a visitarlo. Encontró un par de ojos perdidos en la quinta parte de aquel hombre enorme y corpulento que conocía.

Los dejamos solos. Pasaron horas juntos, hasta que la noche cayó sobre Confluencia.