Cuando me refiero a amor, pienso en todos sus tipos. Erich Fromm describe cuatro: el fraternal, maternal, erótico y el religioso. De a poco, este blog se va llenando de historias que intentan abarcar a todos.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Amor, juventud y adultez

Me decidí a escribir esta entrada sabiendo que no quedaré del todo conforme con lo que pueda plasmar. No importa, perfección no quiero en mi vida ni en mis creaciones, si puedo modificar algo más adelante lo haré.

Llevo unas tres semanas dándole vueltas en mi cabeza a estas ideas que se me metieron debajo de las uñas y por cada poro de la piel. Pero lo que me gusta de esta sensación en la que soy presa de la verborragia nuevamente es la vitalidad que experimento y que sentí cuando comencé a pensar en esto. Dos amores fugaces, efímeros, inconclusos y calenturientos gatillaron que yo misma revoloteara cual torpe abejorro por juguetonas nubes de colores.

¿Cómo encaramos adultos y jóvenes el amor? o aterricémoslo un poco más al asunto: el sexo.
Noté dos patrones en mis galanes, y en mi misma, que en este caso me toca ponerme en el estrato: joven.
El adulto pispea, hace foco, apunta con mira telescópica y dispara. Zas! atrapa a la presa y la paraliza para inmovilizarla con una dulce melaza de amor romántico refinado. Le habla, la conquista, no le saca los ojos de encima. No pierde tiempo, sabe que una tarde, un par de frases y un encuentro es la única oportunidad que tendrá para actuar. Finalmente logra comerse un pedacito de la presa, disfruta de su plato. Coinciden.

El joven, oh! dulce joven tímido y recatado. Saluda, mira de reojo, no habla, se presenta porque no conoce  a la presa pero tiene que llamar su atención, espera hasta el día siguiente. El día siguiente se acerca, sigue observándola. Quiere olerla, escuchar su voz, ver cómo interactúa con sus pares. A la semana siguiente la invita a tomar algo, ella no puede, quiere hacerse desear porque claro, es joven también! Nunca coinciden.  Se desean hasta en los sueños pero no pueden encontrarse porque están perdidos en sus propios laberintos internos, dando vueltas, perdiendo el tiempo. Pareciera que el tiempo es eterno, que el amor puede esperar. ¡Por Dios!

La mujer que más ha influído en mi vida ronda los 80 años y enviudó recientemente. Amó a su marido hasta el último minuto de su existencia. Pero el amor tocó a su puerta nuevamente y ¿adivinen qué? ¡lo dejó pasar!




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