No sé por qué estoy escribiendo esto, no tenía muchas ganas. Lo cierto es que el jueves de la semana pasada tuve un accidente de tránsito. Pude haberme matado, las personas que vinieron a socorrerme desde la ruta me miraban atónitas porque no podían creer que estuviese viva, sin rasguñaduras y el auto con apenas unos abollones.
Fué la experiencia más brutal que haya vivido en mi vida. Horas después sentía que una fuerza me obligaba a seguir adelante, una angustia espantosa y un dolor seco me atravesaba de un lado al otro. El médico dijo que era efecto de la presión del cinturón de seguridad.
Minutos antes había orado llegar a mi trabajo y Dios hizo lo que pudo, fué mi culpa, mordí la banquina cuando quise bajarme de ella y perdí el control del auto. Espantoso. Energético. Maléfico. Podría haber matado a alguien y sólo volé unos metros y rompí un árbol.
Existen casos de personas que luego de un accidente brutal del que han salido ilesos comienzan a creer que son superhéroes, o irrompibles. Yo sentí la muerte tan cerca, que me siento más frágil que nunca.
Al día siguiente fuimos con Markus a Jumbo, a comprar una valija para hacer un viaje.
Vi a un niño fotografíándose con Papá Noel, apreté a mi novio con fuerza y le agradecí a Dios seguir viviendo para compartir con mis amores: Markus, Benjamín, mis padres, Pablito.....lloré.
No hay comentarios:
Publicar un comentario