En una tarde de domingo somnolienta descansan las vidrieras, las máquinas registradoras, las veredas. Los ceniceros de los cafés.
Los semáforos no asustan ni apuran. Las copas de los árboles depositan solitarias su sombra en la calle pero cobijan algún pajarito que revolotea en un charco de agua. El sol toca suavecito cada recoveco y arropa al linyera que duerme plácidamente en una esquina.
Bien! me transportaste a la siesta neuquina del domingo...
ResponderEliminarBuscá más de donde salió eso... qué lindo leerte!
Migue! a mi me gustó lo de la soberbia! jaja. Muchos/as deberían leerlo.
ResponderEliminarDe vez en cuando me descubro a mí, pecando con la soberbia "de la juventud".
Lo de la ciudad lo escribí el domingo después de volver de ver a mis viejos. Me encanta recorrer Neuquén cuando no hay nadie en las calles. Y me pasaba lo mismo en Santiago. Creo que imaginé algún ángel Dolinesco dando vueltas por ahí...
Un abrazo